Posicionamiento terrestre: longitud y latitud

Las naves de Colón, ilustración de Gustav Adolf Closs, 1892 (vía Wikipedia)

Las líneas imaginarias de las memorias del capitán Félix Núñez

Tenía quince años y éste era su primer viaje. Realmente era la primera vez que se subía a un barco para realizar una travesía. Las veces anteriores sólo había visitado algunos barcos durante su estancia en el puerto Cádiz; pero esto era diferente. Estaba realmente orgulloso. Le habían asignado el puesto de asistente del capitán, lo que le podía permitir observar de cerca cómo se maneja un buque. 

Había nacido en Madrid, el 14 de abril de 1578, el mismo día que el príncipe Felipe, por lo cual su padre, por alguna razón desconocida y que a él se le antojaba bastante chusca, le había bautizado con el mismo nombre que al heredero. Era medianoche y se encontraba en el puente, con el estuche del cuadrante de altura, esperando al capitán para la determinación nocturna de la latitud.

En tanto llegaba el capitán recorrió con la mirada todo el horizonte que se divisaba desde su posición. A la luz de la luna solo se veía agua. Agua por todas partes, exactamente igual por el norte que por el sur, por el este o por el oeste. Allí no había marcas ni señales que pudiesen servir de referencia. Miró al cielo y vio las estrellas de costumbre, en los lugares de costumbre. ¿Cómo era posible orientarse en un mundo tan monótono?

La llegada del capitán le sacó de su ensimismamiento. Tomó el estuche del cuadrante de las manos de Felipe, lo abrió con cuidado y lo tomó en sus manos casi con reverencia. A continuación buscó con la mirada la posición de la estrella Polar y se dispuso a medir el ángulo que formaban la línea que iba desde su ojo hasta la estrella con el radio de la Tierra en ese punto. 

Cuadrante

El capitán apuntaba uno de los lados del cuadrante a la Polar y, a la vez, sujetaba con un dedo la cuerda de la plomada (que señalaba exactamente el centro de la Tierra) y a continuación leía el ángulo que señalaba la cuerda. Repetía la operación una y otra vez, tomando nota de los resultados en un trozo de papel mugriento que conservaba como oro en paño.

Al cabo de un buen rato, que a Felipe se le hizo casi eterno, el capitán halló la media de sus medidas y apuntó en el libro de bitácora: Treinta y cinco grados y medio, latitud norte. Después de la medida de la latitud realizada por el capitán, el segundo oficial debía llevar a cabo otra determinación, dada la importancia del resultado. En tanto llegaba el segundo oficial, nuestro amigo Felipe se atrevió a preguntar:

- Capitán, ¿cómo es posible orientarse en mitad del océano, sin ninguna marca que sirva de referencia ni en el agua ni en el aire?

El capitán lo miró y pareció durante un momento que no le había entendido. Después sonrió y le contestó:

Determinación de la latitud

- Todo lo contrario, Felipe. Cuando miro la mar, la veo llena de líneas blancas, que lo cubren casi completamente; unas van desde el Polo Norte al Polo Sur, son gruesas y están separadas unas de otras por un ángulo de un grado. Entre cada dos de ellas se encuentran otras cincuenta y nueve más finas, separadas entre sí por un ángulo de un minuto y todas ellas reciben el nombre de meridianos. Otras, llamadas paralelos, van de este a oeste y se llaman así por ser paralelas al ecuador. También las hay gruesas, separadas unas de otras por un ángulo de un grado, y entre ellas se encuentran igualmente otras cincuenta y nueve más delgadas, separadas por un ángulo de un minuto. La observación que me has visto realizar sirve justamente para situar el barco en uno de estos paralelos. 

Felipe miró al mar y luego al capitán, meditó un momento y, con la sensación de haber entendido de repente el significado del conocido refrán que reza "el que no sabe es como el que no ve", le respondió:

- Pero, capitán, esas líneas no son reales, son líneas imaginadas, como lo pueden ser los fantasmas o los dragones de los cuentos.

- Claro que son imaginadas, Felipe, pero existen. Tienen una existencia extraña, como las leyes que dictan los hombres referentes a la propiedad de la tierra o a la obligación de pagar las deudas, o como la orden que he recibido de nuestro rey Felipe II de partir para Méjico. Fíjate si existe esa orden que es la responsable de que nosotros nos encontremos aquí, entre líneas imaginadas, rumbo a las Indias Occidentales. Los meridianos y los paralelos existen con esa existencia especial desde los tiempos de Claudio Ptolomeo, un sabio griego de la época alejandrina que murió en el año 170 de nuestra era, a los ochenta años. Su obra nos ha llegado a través de una traducción al árabe, el Almagesto, que el rey Alfonso X mandó traducir al latín, traducción que se extendió por toda Europa. En mi camarote tengo una reproducción de su mapa del mundo, donde se pueden ver esas líneas que tú llamas imaginadas, pero cuya existencia es mucho más duradera que la de cualquiera de nosotros. Yo me las imagino como te he dicho, como líneas blancas, aunque dos de ellas, que son especiales, se llaman trópicos y Ptolomeo las representaba como líneas gruesas dobles. Se diferencian de los demás paralelos porque en los solsticios de primavera e invierno los postes verticales clavados en el suelo no dan sombra, y el Sol ilumina el fondo de los pozos. Es decir, que los rayos del Sol caen perpendicularmente en esas fechas. Se llaman trópico de Cáncer y trópico de Capricornio. Y no son ésas las únicas marcas que yo veo en la superficie del mar. También veo las líneas de declinación magnéticas.

Si quieres ampliar información sobre este tema te recomendamos visitar nuestras salas: "La Tierra en el Universo"  y la perteneciente a la sala de óptica "Los problemas de navegación del siglo XVII"



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Astronomía cotidiana. (2007). Sala de Astronomía. Museo Virtual de la Ciencia del CSIC.
 Autores: José María López Sancho / Mª Carmen Refolio Refolio / Esteban Moreno Gómez
Financiación: Programa Nacional del Fomento de la Cultura Científica. Proyecto FECYT: CCT005-07-00209. Dirección General de Investigación. MEC
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