Cuando la cuerda está en reposo, ejerce una determinada fuerza sobre los bordes del vaso y la boca se alabea ligeramente. Pulsamos la cuerda y la hacemos vibrar...
Cuando la cuerda está en un máximo o un mínimo la tensión de la cuerda sobre el borde aumenta, con lo cual el vaso se alabea más que en estado de equilibrio.
El resultado de estas deformaciones armónicas es el mismo que el de la piel del tambor: comunican energía de movimiento a las moléculas del aire. Este movimiento genera ondas longitudinales que se transmiten por el aire y llegan a nuestros oídos.
Si se pulsa una cuerda unida a una mesa metálica, como en el experimento de Pitágoras, no percibimos sonido. ¿Por qué?
Porqué el número de moléculas al que la cuerda transmite cantidad de movimiento es muy pequeño y la onda generada no tiene energía suficiente para mover nuestro tímpano.