Tres días después, en Madrid, entregó a su director las muestras y los informes correspondientes.
El profesor Muñoz leyó con atención el informe del geólogo que había enviado a la sierra Albarrana. De entre las más de una docena de muestras apenas dos mostraban la actividad suficiente. Separó las dos muestras y las envió por medio de un ujier, con una nota, al laboratorio de Szilard.
Szilard era un farmacéutico húngaro, formado en el laboratorio de los Curie y con experiencia en la construcción de aparatos de medida de corrientes bajas.
Al Instituto de Radiactividad (Figura 5) le había costado mucho esfuerzo conseguir el dinero para contratar a Bela Szilard. Había tenido poco menos que mendigarlo a la todopoderosa JAE; su secretario, José Castillejo, no pareció creerle cuando Muñoz le habló de la valía científica de Szilard, pensando que era uno de tantos exilados que huían de la guerra y se avenían a realizar cualquier trabajo. Castillejo pidió ayuda a Blas Cabrera, que no veía con buenos ojos la dirección científica que Muñoz le había impuesto al Instituto, sobre todo en lo que se refería a las aplicaciones de la radiactividad a la agricultura. Pero Cabrera era una persona de una rectitud a toda prueba y, a pesar de la poca simpatía que sentía por Muñoz, emitió un informe favorable.
Bela Szilard deshizo los paquetes en los que venían envueltas dos de las muestras que había traído el geólogo, cada una con su informe correspondiente, y se dispuso a determinar su actividad con mejores medios que los de un laboratorio portátil de montaña.
El Instituto ya no utilizaba el método Curie para determinar la corriente de ionización. El uso del piezoeléctrico como fuente de carga era difícil y lento, y apenas dos o tres científicos tenían la habilidad necesaria para llevarlo a cabo. En su lugar habían construido un banco de medidas más sencillo, con una cámara de ionización de Curie y uno de los electrómetros que el mismo Szilard había construido en su taller de Paris, El Laboratoire de Produits Radioactives, cuando decidió establecerse por su cuenta. El electrómetro era de los del tipo de media luna, fácil de operar y mucho más rápido.
En realidad el esquema (Figura 6) del banco de medidas era el mismo que utilizó Rutherford en sus determinaciones, pero con instrumentos de mucha más sensibilidad.
Se había disminuido la capacidad total del sistema casi en un orden de magnitud, con lo cual la variación de voltaje producida por la variación de carga era mucho mayor. Y el viejo electrómetro de cuadrantes se había sustituido por uno de los excelentes electrómetros de construcción francesa, como ya hemos dicho.
Y Bela Szilard, exiliado primero de Hungría y después de Francia, acogido por el Gobierno de la España de Alfonso XIII, tomó la primera muestra, la pulverizó con un mortero y preparó luego veinte gramos de polvo en la balanza de precisión de su laboratorio. En el mismo platillo, para evitar la contaminación de otros instrumentos, lo introdujo en la cámara de ionización de Curie, conectó la batería de cien voltios que polarizaba negativamente la placa inferior, tomó el cronómetro con la mano izquierda, puso la derecha sobre el interruptor y se dispuso, completamente feliz, a comenzar el proceso de medida.